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Por que no creo en nada, ni en nadie.

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En estos momentos cruciales de mi vida, me veo obligado a confesar una verdad que he descubierto: la pobreza, a la que muchos temen, ha sido una de mis más grandes maestras.

Desde muy pequeño, cuando comencé vendiendo periódicos a la temprana edad de seis años, comprendí que era pobre y que necesitaba trabajar duro para lograr algo en la vida. Aceptar mi realidad no fue fácil; me costó mucho soñar, crear y aspirar a lograr algo significativo.

Mi tiempo de creación fue limitado, interrumpido por la necesidad constante de trabajar y sobrevivir, hasta hace solo un par de años, cuando finalmente comencé a explorar de verdad lo que significa crear.

Nunca accedí a la educación costosa o de alta calidad que muchos consideran esencial, pero nunca me sentí parte de ningún sistema educativo.

Siempre he sido un creyente en mi capacidad, incluso cuando la mayoría a mi alrededor se perdía en distracciones como películas o salidas sociales, yo me dedicaba a trabajar, convencido de que algún día lograría algo grande.A lo largo de los años, tuve la oportunidad de conocer a muchas personas que admiraba, sólo para descubrir lo decepcionantes que pueden ser.

No me decepcionaron por no cumplir mis expectativas, sino por confirmar lo correcto de mi convicción: no necesito creer en nada externo para aprender y avanzar.

Tardé años y me costó mucho esfuerzo económico y personal, pero cuando finalmente pude confrontar a esas personas que consideraba líderes en sus campos, me di cuenta de que repudiaban a alguien como yo, un hombre sin estudios formales, sin reconocimientos gubernamentales o institucionales, por tener ideas y pensamientos propios.

Hace dos años, en una conversación intensa con quien consideraba mi maestro, enfrenté la verdad de frente.

Cuando revelé que no tenía una educación formal, la incredulidad y el rechazo en su rostro demolieron mi último respeto por los llamados héroes educativos y culturales.

En ese momento, todos los héroes cayeron para mí, y me liberé de la ilusión de que necesitaba ser parte de un sistema que, en realidad, solo perpetúa el elitismo y la exclusión.

Desde entonces, he rechazado la idea de admirar ciegamente a cualquier figura pública o líder.

Me he dado cuenta de que no necesito viajar por el mundo ni acceder a recursos costosos para ser quien soy o para crear.

Mi enfoque ha estado en mí mismo, en mis pasiones y en lo que amo, descubriendo así la verdadera belleza de la existencia humana y la creatividad.

Este despertar me ha llevado a una conclusión poderosa: quiero destruir todo lo que alguna vez consideré necesario o verdadero según los estándares externos.

No creo en los héroes, no creo en los sistemas educativos, políticos o de poder. Ahora veo claramente cuán engañado estaba y agradezco profundamente no ser parte de nada de eso.

Mi sueño ahora es desmantelar esos ideales falsos y mostrar al mundo la posibilidad de una autenticidad radical y una independencia genuina.


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